Resignificar lo masculino en mí, desde mi maternidad.





Siempre intuí que nuestras vidas y destinos de algún modo se relacionaban con la vida y destinos de nuestras familias; que las deudas no saldadas en el pasado venían a hacer eco en el presente, y si las dejábamos pasar, tocaba cancelarlas o perpetuarlas a las generaciones futuras.

Ahora sé que sí, que existe una estrecha relación entre lo que fue y no fue con lo que es hoy, que de alguna manera en la honra o deshonra entramamos nuestros destinos con el hilo de los destinos de nuestros ancestros. 

Miro mi maternidad y llego a la conclusión de lo distinto que es criar a un niño, que criar a una niña. No desde la esencia, se cría con amor y desde el amor a uno y a otro, sin pensar en género. Sin embargo, creo que como mujeres-madre nos conecta a una medicina distinta el maternar a un niño o a una niña. Y el Universo nos entrega lo que es necesario incorporar.

En mi caso, desde mi historia familiar, con la llegada de mi hijo vino la grandísima oportunidad de mirar mi lado masculino, de resignificarlo, de mirarlo una y otra vez… y comenzar a honrarlo, a integrarlo y sanarlo desde el amor y la compasión.

Nacer niño o niña en cualquier familia ya tiene una connotación: buena o mala, de bendición o maldición. Desnudando mi corazón puedo confesar que en mi familia materna y paterna, en ambas historias, nacer/ser hombre significaba ser anulado, no ser nombrado –desde la historia como yo la viví, y como después me di cuenta, la vivía mi inconsciente. Porque por mucho tiempo, ser hombre significó también ser macho, único proveedor, bebedor, infiel y estar ausente, en perpetuo retiro emocional.

Los únicos hombres que eran nombrados con cariño en mis familias, eran aquellos que ya estaban en el cementerio –y eran muchos. La historia de mis mujeres se contaba en metáforas de soltería, viudez y fuerza desde la soledad y el abandono.

Para ser mujer en mis familias y contar, aún tras mucho integrar y sanar, significaba un poco poder sola, sin pareja, sin entregarse y desde la autonomía plena.

Yo vivía, por supuesto, esa metáfora, y me venía bastante bien… la vivía al pie de la letra y con entera felicidad: hasta que llegó mi hijo.  Sucedió entonces con su llegada que comencé a mirar el ser hombre  de mi compañero y de mi hijo, y su/mi masculinidad empezó a significar algo distinto.

Cuando mi hijo llegó a casa, luego de una hospitalización larga debido a su nacimiento prematuro, quien pudo conectar mejor con él fue su papá. Sin miedo, y desde sus posibilidades de padre primerizo, él poco a poco fue tendiendo los futuros lazos.

Mi hijo a mí me iniciaba Madre, pero a mi compañero también lo iniciaba Hombre-Padre, y de esto me percaté de inmediato.

En un maravilloso Taller de Reimpronta que tuve la oportunidad de tomar en la Ciudad de México en 2012, el Dr. René Galván Heim, creador de la técnica, nos explicaba que así como en nosotros al ser  madres se nos despertaba una memoria inconsciente relacionada con nuestro propio nacimiento y el embarazo de nuestra madre, así mismo, en los hombres el ser padres les despertaba improntas relacionadas a su propio nacimiento, concepción, y la paternidad de su propio padre. Y aún más logré comenzar a mirar con otros ojos la paternidad de mi compañero. 

En esos días, pude reflexionar un poco más acerca de sus miedos primeros, de sus ausencias, de sus acciones automáticas y su presencia, a veces distraída, cuando recién nos iniciábamos como familia de tres. Miré también mi maternidad… ¡ambos siempre tan distintos pero tan espejos!

También, con compasión, concluí ¡como mujeres tenemos gran ventaja! Al permitirnos en todos los aspectos explorar nuestra sombra, lo no integrado, la verdad del corazón y las necesidades de contención luego de la maternidad, para poder empoderarnos y continuar… acompañadas, siempre de nuestra maternidad y con otras maternidades.

Sin embargo, con los hombres suele no suceder igual. ¡Qué maravilloso sería! Y por supuesto, no quiero insinuar que ellos pudieran hacerlo de la misma forma que nosotras, si desde su propia naturaleza el vínculo con sus críos y su ser padre, deviene distinto. Pero me di cuenta que para terminar con el suspiro nostálgico de sentirnos solas en la crianza de nuestros hijos o hijas, era crucial comprender también, que nuestra maternidad sucede distinta a la paternidad de nuestros compañeros.

Así, criando un niño, leyendo y viviendo a diario esta maravillosa fuerza masculina, me di cuenta que para él, para mi compañero, los mordiscos, las “luchitas”y las volteretas –es decir, el juego rudo, era la manera más natural de vivir su paternidad. Asimismo, me di cuenta que para mi hijo, esa condición tan interesante y vigorosa de “jugar” era la forma perfecta de establecer un vínculo con papá. Y que en este juego tan lleno de energía,  a mamá siempre le tocaba/le toca el rol de réferi.

Yo no sé muy bien qué ha sucedido en el interior de mi compañero con la llegada de nuestro hijo –él, como otros hombres en mi linaje ha sido también un poco parco de palabras; pero en lo mucho que he podido ver y compartir, sé que algo poderoso llegó como ola con su paternidad para también integrar su historia de hombres.  

Miro mi maternidad y sí, es distinta. Ahora mismo, no sabría cómo criar a una niña, ¡qué cosas nuevas para integrar me traería! Pero puedo decir, que en efecto para mí, la llegada de mi hijo varón trajo consigo una oportunidad de sanación de mi linaje masculino. Miro con él lo que significa ser hombre,  y ahora para mí, ser hombre significa ser digno y tener un lugar único.

Mi hijo está aprendiendo a ser hombre desde el juego, desde la aventura, desde la fuerza, pero también desde la posibilidad del llanto, desde el no encasillamiento, desde la sutileza, desde el poder del abrazo y desde todo el permiso para expresar lo que siente.

¡Y la medicina que mi hijo me está regalando con su ser hombre es una de pura dicha, concebida desde una nueva mirada, una gran verdad del corazón, que ahora, puedo integrar más amorosamente!

Me siento reconciliada con mis raíces masculinas. Si en mi historia hubieron víctimas y perpetradores, a todos los tomo, y respeto lo sucedido. De tal modo que hoy puedo decir desde el albor de mi centro ¡que amo a mis hombres!... a todos tal y como fueron, desde sus imposibilidades, desde sus restricciones, desde la fuerza amorosa que no les era permitida, desde el amor interrumpido hacia su propia línea paterna… en fin, desde la vida tal y como me la pudieron pasar.

Celebro mi maternidad que brilla fusionando dos energías en mí, y sobretodo, celebro que el mito de lo masculino en mi vida se ha derrumbado para ser construido desde nuevas creencias, desde la mirada limpia de mi hijo y el reflejo de mi compañero. 









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